El 18 de Enero de 2014, la familia Fandiño García acogió a los matrimonios del equipo básico para desarrollar el tema la Familia Servidora de la Vida, que tiene como objetivos:
1. Reflexionar sobre el mensaje bíblico que nos revela a Dios como alguien que ama a la vida y la comunica.
2. Agradecer a Dios el don que nos dio de transmitir la vida y responsabilizarnos de utilizarla éticamente.
3. Describir los valores personales e interpersonales en los que debemos educar a nuestros hijos.
4. Comprometernos a trabajar por crear y fomentar una cultura de la vida en nuestra sociedad.
Por esto al iniciar la reunión contemplamos a la luz de la fe sobre que es la cultura de la muerte y la vida, mencionando ejemplos por cada familia.
Al respecto muchos de los integrantes de las parejas señalan que la cultura de la muerte la inserta el hombre con nuevas leyes que se apartan del designio del Señor, fomentando el aborto, los metodos anticonceptivos artificiales que interrumpen la vida, la eutanasia, entre otros delitos que el hombre a introducido con el avance de la ciencias.
Por otro lado, frente a la cultura de la vida, es el respeto mismo por la vida que el hombre crea y que debe proteger, los padres deben son cocreadores de la vida que proviene de Dios, un signo muy importante es el bautismo donde padres y padrinos se compromente por el cuidado del niño o la niña para toda la vida. De este modo el hombre es invitado a cuidar la vida a través de metodos naturales (del Ritmo y contenencia) que no atente con la creación del ser humano.
“Ved ahora que yo, sólo yo soy, y que no hay otro Dios junto a mí. Yo doy la muerte y doy la vida, hiero yo, y sano yo mismo, y no hay quien libre de mi mano”. Dt. 32,39.
Sobre este mensaje bíblico, los matrimonios afirman que Dios es celoso de su obra, el es único autorizado para crear o destruir, el hombre no tiene esta potestad, sin embargo al apartarse de sus leyes, atenta contra la vida de diversas maneras.
“Observa, hijo mío, el precepto
de tu padre y no rechaces la enseñanza de tu madre. Átalos a tu corazón constantemente, anúdalos a tu cuello. Que ellos te guíen mientras caminas, que velen sobre ti cuando estás
acostado, y conversen contigo cuando despiertas. Porque el precepto es una lámpara, la enseñanza, una luz, y las reglas de la instrucción, un camino de vida”. Prov. 6, 20 – 23.
En la segunda lectura, el Señor nos invita a no desobedecer los padres, hay que instruir a nuestros hijos para que no pierdan el sentido de la vida y sigan un camino equivocado, seamos
pues ejemplo para ellos, que nuestras enseñanza siempre esten en todos los días de su vida y sean las reglas a seguir en todas sus decisiones. Porque el Señor no dice que somos responsable de sus
vidas.
La Familia Fandiño Garcís señala que le Señor concedió al hombre la altísima dignidad y la gravísima responsabilidad de participar en su poder creador, mediante su cooperación libre y responsable del maravilloso don de la vida “sean fecundos y multiplíquense”.
Hacia al año 400 a.c. al principio de la humanidad cuando el mundo apenas comenzaba a poblarse, la consigna era “llenen la tierra y domínenla. Pero hoy en el siglo XXI con más de 6.000.000.000 de personas la consigna es “paternidad responsable y conciencia ecológica”.
“El cometido fundamental de la familia es el servicio a la vida, al realizar a lo largo de la historia la bendición original del Creador, transmitiendo en la generación, la imagen divina de un ser humano a otro”. Por eso para la Biblia y la Iglesia queda claro que el Plan de Dios es que la vida se trasmita en el seno de una familia armónica y estable.
Que los hijos nazcan, se eduquen y tengan un desarrollo pleno en beneficio de la paz y prosperidad de la sociedad, lo que convierte a los padres en Co-creadores de la vida.
A las familias se les pidió responder: De qué manera y acciones nuestra familia es servidora de la vida?
“Los hijos como brotes de olivo en torno a la mesa familiar, eran vistos como una bendición” (Salmo 128). Las familias recibían gozosas a todos los hijos que Dios les daba.
Pero el actual crecimiento demográfico mundial y nacional nos obliga a pensar en una paternidad responsable……los recursos naturales tienen que ser repartidos entre más gente….esto hace la vida más compleja, difícil, competitiva y apresurada…todo esto a generado ideas erróneas, con mentalidad egoísta, hedonista y consumista que ve a los hijos como un estorbo para la realización personal de los padres.
Todo esto confunde a los matrimonios para planear responsablemente su familia, ante esto la Iglesia en su misión de vigilar que el plan divino se cumpla, orienta a sus fieles en el campo de la moral conyugal a través de los siguientes preceptos:
Paternidad responsable pero sola a través de los métodos naturales, del ritmo y la continencia periódica y la contracepción a usar medios artificiales no es una respuesta válida para la regulación de la natalidad.
Debe haber un respeto absoluto por la vida, el aborto es un pecado que viola el quinto mandamiento de la ley de Dios.
¿Qué opinan sobre la educación sexual sobre los métodos de contracepción con medios artificiales que se imparten a nuestros hijos?
TENGO HAMBREEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE HIJUEPUTAAAAAAAAAAAAAAAAAA
El privilegio y la responsabilidad de de transmitir la vida, no implica solo el hecho de de traer los hijos al mundo, sino también la obligación de educarlos hasta que alcancen un desarrollo plenamente humano y cristiano en la autonomía de la edad adulta.
El derecho a educar a los hijos es esencia y relacionado con la transmisión de la vida, por la unicidad de la relación de amor entre padres e hijos, como insustituible e inalienable, y que por consiguiente no puede ser delegada o usurpada por otros.
A las familias se les pregunta ¿En qué valores personales, interpersonales, sociales y religiosos formamos a nuestros hijos?
La doctrina de la Iglesia se encuentra hoy en una situación social y cultural que la hace a la vez más difícil de comprender y más urgente e insustituible para promover el verdadero bien del hombre y de la mujer.
En efecto, el progreso científico-técnico, que el hombre contemporáneo acrecienta continuamente en su dominio sobre la naturaleza, no desarrolla solamente la esperanza de crear una humanidad nueva y mejor, sino también una angustia cada vez más profunda ante el futuro. Algunos se preguntan si es un bien vivir o si sería mejor no haber nacido; dudan de si es lícito llamar a otros a la vida, los cuales quizás maldecirán su existencia en un mundo cruel, cuyos terrores no son ni siquiera previsibles. Otros piensan que son los únicos destinatarios de las ventajas de la técnica y excluyen a los demás, a los cuales imponen medios anticonceptivos o métodos aún peores. Otros todavía, cautivos como son de la mentalidad consumista y con la única preocupación de un continuo aumento de bienes materiales, acaban por no comprender, y por consiguiente rechazar la riqueza espiritual de una nueva vida humana. La razón última de estas mentalidades es la ausencia, en el corazón de los hombres, de Dios cuyo amor sólo es más fuerte que todos los posibles miedos del mundo y los puede vencer.
Ha nacido así una mentalidad contra la vida (anti-life mentality), como se ve en muchas cuestiones actuales: piénsese, por ejemplo, en un cierto pánico derivado de los estudios de los ecólogos y futurólogos sobre la demografía, que a veces exageran el peligro que representa el incremento demográfico para la calidad de la vida. Pero la Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la Iglesia está en favor de la vida: y en cada vida humana sabe descubrir el esplendor de aquel “Sí”, de aquel “Amén” que es Cristo mismo.(84) Al “no” que invade y aflige al mundo, contrapone este “Sí” viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo de cuantos acechan y rebajan la vida.
Por esto la Iglesia condena, como ofensa grave a la dignidad humana y a la justicia, todas aquellas actividades de los gobiernos o de otras autoridades públicas, que tratan de limitar de cualquier modo la libertad de los esposos en la decisión sobre los hijos. Por consiguiente, hay que condenar totalmente y rechazar con energía cualquier violencia ejercida por tales autoridades en favor del anticoncepcionismo e incluso de la esterilización y del aborto procurado. Al mismo tiempo, hay que rechazar como gravemente injusto el hecho de que, en las relaciones internacionales, la ayuda económica concedida para la promoción de los pueblos esté condicionada a programas de anticoncepcionismo, esterilización y aborto procurado.
En el contexto de una cultura que deforma gravemente o incluso pierde el verdadero significado de la sexualidad humana, porque la desarraiga de su referencia a la persona, la Iglesia siente más urgente e insustituible su misión de presentar la sexualidad como valor y función de toda la persona creada, varón y mujer, a imagen de Dios. En esta perspectiva el Concilio Vaticano II afirmó claramente que “cuando se trata de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal”.(86).
Es precisamente partiendo de la “visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena sino también sobrenatural y eterna”,(87) por lo que Pablo VI afirmó, que la doctrina de la Iglesia “está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador”.(88) Y concluyó recalcando que hay que excluir, como intrínsecamente deshonesta, “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación”.(89).
Cuando los esposos, mediante el recurso al anticoncepcionismo, separan estos dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como “árbitros” del designio divino y “manipulan” y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación “total”. Así, al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce, no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal.
En cambio, cuando los esposos, mediante el recurso a períodos de infecundidad, respetan la conexión inseparable de los significados unitivo y procreador de la sexualidad humana, se comportan como “ministros” del designio de Dios y “se sirven” de la sexualidad según el dinamismo original de la donación “total”, sin manipulaciones ni alteraciones.(90).
Ante el problema de una honesta regulación de la natalidad, la comunidad eclesial, en el tiempo presente, debe preocuparse por suscitar convicciones y ofrecer ayudas concretas a quienes desean vivir la paternidad y la maternidad de modo verdaderamente responsable. En este campo, mientras la Iglesia se alegra de los resultados alcanzados por las investigaciones científicas para un conocimiento más preciso de los ritmos de fertilidad femenina y alienta a una más decisiva y amplia extensión de tales estudios, no puede menos de apelar, con renovado vigor, a la responsabilidad de cuantos —médicos, expertos, consejeros matrimoniales, educadores, parejas— pueden ayudar efectivamente a los esposos a vivir su amor, respetando la estructura y finalidades del acto conyugal que lo expresa. Esto significa un compromiso más amplio, decisivo y sistemático en hacer conocer, estimar y aplicar los métodos naturales de regulación de la fertilidad.(97)
Un testimonio precioso puede y debe ser dado por aquellos esposos que, mediante el compromiso común de la continencia periódica, han llegado a una responsabilidad personal más madura ante el amor y la vida. Como escribía Pablo VI, “a ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana”(98).
2366 La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos; brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. Por eso la Iglesia, que “está en favor de la vida” (FC 30), enseña que todo “acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida” (HV 11). “Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador” (HV 12; Cf. Pío XI, enc. "Casti connubii").
2367 Llamados a dar la vida, los esposos participan del poder creador y de la paternidad de Dios (Cf. Ef. 3, 14; Mt 23, 9). “En el deber de transmitir la vida humana y educarla, que han de considerar como su misión propia, los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad humana y cristiana” (GS 50, 2).
2368 Un aspecto particular de esta responsabilidad se refiere a la “regulación de la natalidad”. Por razones justificadas, los esposos pueden querer espaciar los nacimientos de sus hijos. En este caso, deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable. Por otra parte, ordenarán su comportamiento según los criterios objetivos de la moralidad:
El carácter moral de la conducta, cuando se trata de conciliar el amor conyugal con la transmisión responsable de la vida, no depende sólo de la sincera intención y la apreciación de los motivos, sino que debe determinarse a partir de criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos; criterios que conserven íntegro el sentido de la donación mutua y de la procreación humana en el contexto del amor verdadero; esto es imposible si no se cultiva con sinceridad la virtud de la castidad conyugal (GS 51, 3).
2369 “Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad” (HV 12).
2370 La continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la auto observación y el recurso a los períodos infecundos (HV 16) son conformes a los criterios objetivos de la moralidad. Estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación de una libertad auténtica. Por el contrario, es intrínsecamente mala “toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (HV 14):
“Al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal”. Esta diferencia antropológica y moral entre la anticoncepción y el recurso a los ritmos periódicos “implica... dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana irreconciliables entre sí” (FC 32).
2371 Por otra parte, “sea claro a todos que la vida de los hombres y la tarea de transmitirla no se limita sólo a este mundo y no se puede medir ni entender sólo por él, sino que mira siempre al destino eterno de los hombres” (GS 51, 4).
2372 El Estado es responsable del bienestar de los ciudadanos. Por eso es legítimo que intervenga para orientar la demografía de la población. Puede hacerlo mediante una información objetiva y respetuosa, pero no mediante una decisión autoritaria y coaccionante.
No puede legítimamente suplantar la iniciativa de los esposos, primeros responsables de la procreación y educación de sus hijos (Cf. HV 23; PP 37). El Estado no está autorizado a favorecer medios de regulación demográfica contrarios a la moral
52. La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos. La activa presencia del padre contribuye sobremanera a la formación de los hijos; pero también debe asegurarse el cuidado de la madre en el hogar, que necesitan principalmente los niños menores, sin dejar por eso a un lado la legítima promoción social de la mujer. La educación de los hijos ha de ser tal, que al llegar a la edad adulta puedan, con pleno sentido de la responsabilidad, seguir la vocación, aun la sagrada, y escoger estado de vida; y si éste es el matrimonio, puedan fundar una familia propia en condiciones morales, sociales y económicas adecuadas. Es propio de los padres o de los tutores guiar a los jóvenes con prudentes consejos, que ellos deben oír con gusto, al tratar de fundar una familia, evitando, sin embargo, toda coacción directa o indirecta que les lleve a casarse o a elegir determinada persona.
Así, la familia, en la que distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y a armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el fundamente de la sociedad. Por ello todos los que influyen en las comunidades y grupos sociales deben contribuir eficazmente al progreso del matrimonio y de la familia. El poder civil ha de considerar obligación suya sagrada reconocer la verdadera naturaleza del matrimonio y de la familia, protegerla y ayudarla, asegurar la moralidad pública y favorecer la prosperidad doméstica. Hay que salvaguardar el derecho de los padres a procrear y a educar en el seno de la familia a sus hijos. Se debe proteger con legislación adecuada y diversas instituciones y ayudar de forma suficiente a aquellos que desgraciadamente carecen del bien de una familia propia.
Hoy día es más difícil que antes sintetizar las varias disciplinas y ramas del saber. Porque, al crecer el acervo y la diversidad de elementos que constituyen la cultura, disminuye al mismo tiempo la capacidad de cada hombre para captarlos y armonizarlos orgánicamente, de forma que cada vez se va desdibujando más la imagen del hombre universal. Sin embargo, queda en pie para cada hombre el deber de conservar la estructura de toda la persona humana, en la que destacan los valores de la inteligencia, voluntad, conciencia y fraternidad; todos los cuales se basan en Dios Creador y han sido sanados y elevados maravillosamente en Cristo.
La madre nutricia de esta educación es ante todo la familia: en ella los hijos, en un clima de amor, aprenden juntos con mayor facilidad la recta jerarquía de las cosas, al mismo tiempo que se imprimen de modo como natural en el alma de los adolescentes formas probadas de cultura a medida que van creciendo.
Para esta misma educación las sociedades contemporáneas disponen de recursos que pueden favorecer la cultura universal, sobre todo dada la creciente difusión del libro y los nuevos medios de comunicación cultural y social. Pues con la disminución ya generalizada del tiempo de trabajo aumentan para muchos hombres las posibilidades. Empléense los descansos oportunamente para distracción del ánimo y para consolidar la salud del espíritu y del cuerpo, ya sea entregándose a actividades o a estudios libres, ya a viajes por otras regiones (turismo), con los que se afina el espíritu y los hombres se enriquecen con el mutuo conocimiento; ya con ejercicios y manifestaciones deportivas, que ayudan a conservar el equilibrio espiritual, incluso en la comunidad, y a establecer relaciones fraternas entre los hombres de todas las clases, naciones y razas. Cooperen los cristianos también para que las manifestaciones y actividades culturales colectivas, propias de nuestro tiempo, se humanicen y se impregnen de espíritu cristiano.
Todas estas posibilidades no pueden llevar la educación del hombre al pleno desarrollo cultural de sí mismo, si al mismo tiempo se descuida el preguntarse a fondo por el sentido de la cultura y de la ciencia para la persona humana.
- Nuestros compromisos en el campo educativo se resumen sin lugar a dudas en la línea pastoral de la inculturación: la educación es la mediación metodológica para la evangelización de la cultura. Por tanto, nos pronunciamos por una educación cristiana desde y para la vida en el ámbito individual, familiar y comunitario y en el ámbito del ecosistema; que fomente la dignidad de la persona humana y la verdadera solidaridad; educación a la que se integre un proceso de formación cívico-social inspirado en el Evangelio y en la Doctrina social de la Iglesia. Nos comprometemos con una educación evangelizadora.
(Santo Domingo, Conclusiones 271)
- Apoyamos a los padres de familia para que decidan de acuerdo con sus convicciones el tipo de educación para sus hijos y denunciamos todas las intromisiones del poder civil que coarte este derecho natural. Debe garantizarse el derecho de la formación religiosa para cada persona, y por tanto el de la enseñanza religiosa en las escuelas a todos los niveles.
(Santo Domingo, Conclusiones 272)
- Alentamos a los educadores cristianos que trabajan en Instituciones de Iglesia, a las Congregaciones que siguen en la labor educativa y a los profesores católicos que laboran en instituciones no católicas. Debemos promover la formación permanente de los educadores católicos en lo concerniente al crecimiento de su fe y a la capacidad de comunicarla como verdadera Sabiduría, especialmente en la educación católica
¿Qué vamos hacer para seguir educando a nuestros hijos en los valores personales e interpersonales?
Luisa suarez (martes, 30 octubre 2018 06:42)
GRACIAS BUENA INFORMACION.
TENGO HAMBRECITA :v